Como le ocurre a muchas otras madres estadounidenses, Amber Scorah tuvo que tomar la decisión de volver a trabajar semanas después de que naciera su pequeño hijo. Aunque en el fondo anhelaba pasar cada día junto a su bebé, su seguro de salud corría riesgo si no regresaba a su empleo y tampoco existía la opción de seguir fuera sin pago.
En este país, es extraño que den varios meses de postnatal: “Me sentía con suerte de tener tres meses de licencia maternal pagada después de que Karl naciera. La mayoría de los padres en mi comunidad tienen apenas semanas antes de que deban dejar a sus hijos para volver a trabajar”, explicó en el blog del New York Times.
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“Le pedí más tiempo a mi compañía, sin paga (..) ¿sólo dos meses más? No había nada que pudieran hacer. La única otra opción era renunciar”, explicó. Ella no tenía título universitario y había escalado a pulso en la compañía, por lo que no le convenía. Además, su pareja trabajaba freelance y no tenía seguro de salud.
Así que después de sacar las cuentas, decidió buscar la guardería perfecta: cerca de su trabajo, para poder irse juntos en la mañana y así amamantarlo en el camino y en su tiempo libre del almuerzo, además de que tenía buenas recomendaciones de otras madres y recibía a niños mucho más pequeños.
“Lo justifiqué de un millón de maneras (…) él es fuerte y nunca ha estado enfermo ningún día de su vida. ¡No es como si se fuera a morir! Pero no importa cuánto intenté hacerme sentir mejor, estaba mal”, continuó.
Aquella mañana del lunes, se llevó a su bebé en su coche y le dio de mamar mientras viajaban en el metro. Llegaron temprano a la guardería, “la dueña vino a Karl estirando sus brazos y le dijo ‘hola’. Karl estudió su rostro y sonrió ampliamente”, explicó.
La cuidadora le dijo que lo peor que le podía pasar es ser golpeado por un “cohete”, ya que un niño fue golpeado con un juguete en forma de cohete en su primer día. Ella se sentió mejor y prometió volver a visitarlo a mediodía para alimentarlo.
Cuando llegó la hora, Amber estaba tan feliz que corrió las dos cuadras que la separaban de la guardería. Pero al subir por las escaleras, notó que la puerta de la guardería. “Di la vuelta a la esquina, esperando tomar en brazos a mi hijo, sentir sus gorditos cachetes y ver la luz en sus ojos al verme”, recordó.
“En vez, vi a mi hijo inconsciente, tendido en una mudadora. Sus labios y el área alrededor de su boca estaba azul y la cuidadora lo estaba reanimando incorrectamente. Nuestro dulce niño había muerto dos horas y media después de que lo dejara solo por primera vez”, señaló.
El reporte médico fue indeterminado. Una asistente de la guardería explicó que lo había visto dando pataditas, pero que no le llamó la atención porque muchos bebés lo hacían; 10 minutos después, Karl se ahogaba. Además, estaba durmiendo de costado y no de espaldas.
Hasta hoy, Amber se pregunta si la historia hubiera cambiado si hubiese estado en su casa, donde lo habría tendido correctamente y habría estado pendiente a cada movimiento. “Tendré que vivir haciéndome esas preguntas por el resto de mi vida”, afirma.
Pero Amber no escribió la columna para acusar a la guardería, “este es un llamado para la compañía en que trabajo (…) este artículo es sobre mi niño muriendo al cuidado de un extraño, cuando debería estar conmigo. Nuestra cultura lo demanda”, afirma.
La mujer hizo un llamado a no obligar a otras madres a abandonar a sus hijos a la semana de nacidos, torturándolas psicológicamente, sólo porque el entorno laboral es demasiado hostil o porque no existen las políticas adecuadas. Además, la falta de fuero maternal obliga a muchas féminas a convertirse en dueñas de casa y es por esto que en EEUU sólo el 47% de la fuerza laboral es femenina.