Los dispositivos intrauterinos, como la T de cobre, suelen ser una opción ideal para el control de natalidad, ya que son efectivos y seguros. A diferencia de las pastillas anticonceptivas, no hay que recordarlo a diario: sólo se va al médico para llevar a cabo su inserción y funciona durante años. Pero si el ginecólogo no lo inserta apropiadamente, puede haber muchos problemas…
Después de que Kristen Oganowski tuvo a su primer hijo, decidió pedirle a su obstetra que le pusiera uno. Jamás imaginó que “mi primer dispositivo intrauterino se convirtió en el último”, como relata en el portal femenino Cosmopolitan.
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Ella tenía muy buena tolerancia al dolor, al punto de que en su primer parto por cesárea dejó los analgésicos a los dos días y cuando dio a luz de manera natural a sus otros dos hijos, ni siquiera pidió una epidural. Por eso, cuando le iba a realizar el procedimiento para insertar la T de cobre, “no creía que necesitaría anestesia local (..) pero al poco rato del procedimiento rogaba por drogas, cualquier cosa que se llevara el dolor”, explicó.
Al terminar, se quedó tendida en la camilla por varios minutos para recuperarse. Y cuando al fin se puso en pie, estuvo a punto de desmayarse. “Cuando le pregunté a la médico si era normal, sólo obtuve una sonrisa condescendiente y una cabeza asintiendo”.
Al llegar a su casa tuvo que gatear prácticamente del auto a la puerta. “Algo no estaba bien”, pensó. Pero aunque sangraba más de lo esperado y sentía mucho dolor, la ginecóloga sólo le recetó Motrin (un antiinflamatorio) y le dijo que lo llamara si volvía a sentirse mal.
Pronto aparecieron nuevos síntomas: espasmos en la vejiga, una sensación de adormecimiento en el abdomen, dolor, incomodidad, náusea intermitente y puntadas. Pasó varios días llamando y siendo ignorada, hasta que a las 72 horas del procedimiento, fue incapaz de tomarle un test de alternativas a sus alumnos, por lo que debió cancelar su clase.
Cuando volvió a su hogar, sentía incomodidad en el recto, además de un dolor que se irradiaba por todo su vientre. Tras llamar por cuarta vez a su especialista, esta se ofreció a hacerle una evaluación. “Tendida en la camilla, expuesta y vulnerable en una bata de papel, vi cómo la enfermera ponía cara de shock al pasar el sonógrafo por mi abdomen”.
Se excusó gentilmente para llamar a la ginecóloga de turno aquel día, una diferente a la que realizó la operación. Cuando llegó a la habitación, miró el ultrasonido con cara de preocupación. No tenía ni que explicarme qué estaba mal…”, continuó relatando.
En la oficina, le explicó que la T de cobre había perforado su útero durante la inserción. Como no la habían atendido a tiempo, éste migró fuera de su útero, quedando alojado entre este órgano y sus intestinos. Su cirugía laparoscópica fue fijada para el siguiente día.
A pesar de la pequeña perforación en su útero, el dispositivo no dañó sus órganos internos ni tampoco produjo una infección. “Yo simplemente estaba aliviada de que los médicos finalmente me escucharan”, puntualizó. Cabe destacar que esto ocurre en 1 de cada mil pacientes y que al aceptar un dispositivo intrauterino, se debe aceptar este riesgo.