La salud mental será una de los temas más recurrentes pasada la pandemia. Así lo ha manifestado en varias ocasiones la OMS y también especialistas del área. Y es que el confinamiento prolongado y llevar a una pantalla las más diversas actividades cotidianas pueden tener serios efectos en nuestro bienestar mental.
En esa línea, otros trastornos ya presentes pueden exacerbarse, como la depresión, la ansiedad o incluso trastornos obsesivos compulsivos, lo que representa todo un desafío tanto para quienes padecen de estos trastornos como para los profesionales del área.
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En este espectro también podemos ver acentuados otro tipo de trastornos que suelen pasar más desapercibidos por el entorno, pero que para la persona puede ser una pesadilla que se ve acrecentada por el hecho de estar constantemente frente a una pantalla o el espejo.
Hablamos del Trastorno Dismórfico Corporal (TDC), un desorden de salud mental que, según la Clínica Mayo, se caracteriza porque la persona que lo padece no puede dejar de pensar en uno o más defectos percibidos, reales o imaginarios, en cuanto a la apariencia. “Un defecto que parece menor o que no puede ser visto por los demás. Pero puedes sentirte tan avergonzado, intimidado y ansioso que es posible que evites muchas situaciones sociales”, indican.
Si bien este trastorno está ligado al mundo de los trastornos alimentarios, su realidad va mucho más allá de eso, y cae dentro del tipo de trastorno obsesivo-compulsivo debido a las características recurrentes e incontrolables que genera esta fijación, complementa el psiquiatra Mario Hitschfeld a revista Paula de La Tercera.
Según la organización para la investigación y educación médica, cuando una persona tiene un trastorno dismórfico corporal, se enfoca intensamente en la apariencia -en uno o más rasgos específicos- gran parte del día, por lo que estos “defectos percibidos y las conductas repetitivas causan una angustia significativa y repercuten en la capacidad para funcionar en su vida diaria“.
En este marco, existen personas que trabajan en pro de mejorar ese defecto estético que le molesta a través de una vida sana y el ejercicio, cirugías plásticas u otro tipo de técnicas, sin embargo, aunque puede producir una satisfacción inmediata y la angustia puede verse reducida, el efecto suele ser momentáneo y la ansiedad vuelve.
Las personas con TDC observan el mundo de manera distinta
La investigadora y académica de la Universidad de Swinburne, Australia, Susan Rosselll, llevó a cabo una investigación que pretendía evaluar si las personas con TDC veían el mundo de manera distinta o si en realidad son exageraciones respecto a su apreciación personal.
El estudio determinó que las personas con TDC presentan anomalías en el procesamiento visual de una serie de estímulos relacionados con la apariencia.
“Esto incluye dificultades con el reconocimiento facial y emocional, reconocimiento de objetos y atención“, aseguró.
Algunas de estas anomalías tienen que ver con una preferencia por el procesamiento local en vez de una percepción global; es decir, las personas con TDC se enfocaban en detalles más pequeños en vez del “cuadro general”.
“Un patrón saludable de observación se centra en los ojos y en la boca”, dice Rossell, ya que esa triada provee información respecto a sentimientos y confiabilidad de la persona que se observa. En cambio, para alguien que vive con TDC su patrón de observación es aleatorio.
Otras personas que quizá no tienen TDC pero sí comparten ciertos rasgos similares, pueden verlos exacerbados en situaciones de estrés o ansiedad, como lo que ha producido el confinamiento por la pandemia, además de verse expuestos continuamente a una pantalla que funciona como espejo y nos hacen analizar nuestra imagen continuamente.
Para Hitschfeld, “las personas con una vulnerabilidad previa podrían exacerbar las ideas obsesivas ante la exposición recurrente a su imagen”.
¿Existen factores de riesgo para el TDC?
De acuerdo a la entidad, el TDC comienza a manifestarse comúnmente en la adolescencia, y aunque se desconocen las causas que lo desencadenan, sí se han identificado ciertos factores de riesgo que pueden potenciar este desorden.
Además de la genética, que indica que tener parientes cosanguíneos con trastorno dismórfico corporal o trastorno obsesivo-compulsivo, puede influir en esta manifestación. Al igual que otras afecciones como la ansiedad y depresión.
También existen otras experiencias que son bastante más comunes y a las que no siempre les ponemos la atención necesaria, como aquellas que tienen que ver con el bullying en la infancia-adolescencia por nuestro aspecto físico, o situaciones de abuso sexual, que dejan serias heridas psicológicas y emocionales en las que también se ve mermada la autoestima física.
La presión social y las expectativas de belleza que surgen a partir de lo que, por décadas, han instaurado industrias como el cine y la publicidad, también tienen un efecto negativo en aquellas personas más sensibles a este tipo de contenidos y que busquen la validación constante de su entorno.
Entre las complicaciones de un TDC no tratado, está el sufrir de uno o más trastornos del estado de ánimo, tener pensamientos o conductas suicidas, trastornos alimentarios y/o abuso de sustancias, entre otros. Por lo mismo, el tratamiento recomendado para este desorden es uno que incluya terapia psicológica y/o consulta psiquiátrica.
Comunidad LGBTIQ+ más propensa a sufrir de TDC
La objetivización y cosificación de la mujer a lo largo de la historia, profundizada y comercializada por las indsutrias del cine, la publicidad y la moda, han provocado que sean ellas las más afectadas con este tipo de trastornos, además de los alimentarios como la anorexia y la bulimia, sin embargo, el TDC no discrimina por género y actualmente muchos hombres viven a diario con esta pesadilla.
Así al menos lo asegura la psicóloga y académica de la Universidad Nacional de México (UNAM), Gilda Gómez Pérez-Mitré, autora del libro Imagen corporal y orientación sexual, quien asegura que “estamos siendo testigos del boom mediático masculino, que deja ver que el hombre también se ha convertido en objeto de consumo y que responde a la presión social con sintomatología alimentaria y problemas con la imagen corporal”.
En su libro, Gilda advierte que la masculinidad en las culturas falocéntricas se relaciona al poder, por lo que la “hombría” y “virilidad” son fundamentales, y un factor relacionado, por ejemplo, tiene que ver con la musculatura.
La académica plantea, a través de diversos estudios citados, que los hombres homosexuales se ven más propensos a sufrir este tipo de trastornos, debido a la constante presión y exclusión social.
En los hombres gays, por ejemplo, existe un estrés por intentar encajar con la hombría y la virilidad que se espera de ella y que indica la heteronorma.
El vello corporal, la musculatura, el peso o incluso el tamaño del miembro viril, son aspectos que se someten a un cuestionamiento recurrente por muchos hombres homosexuales, que buscan validar esta “hombría” mediante el aspecto físico.
“Al hombre se le enseña, entre otras cosas, que músculo es igual a fuerza y ésta es lo mismo que hombría y virilidad. En general, a un hombre con cuerpo mesomorfo (fornido sin grasa) se le percibe y se le atribuye una gran variedad de valores sociales“, señala la autora.
“De esta manera, se aprende y se generaliza, gracias al efecto del halo, que si se posee un cuerpo ‘masculino’ (o musculado) entonces, no sólo se es ‘más hombre’, por supuesto se es más ‘atractivo’ y también todos los atributos positivos que se quiera”, agrega.
Y es que si en el pasado se decía que el hombre debía ser “feo”, “fuerte” y “formal” y se le comparaba con animales de fuerza imponente, podemos darnos cuenta que tanto antes como ahora se enfatiza este tipo masculinidad como el ideal del deseo corporal entre los hombres.