Hace algunos días la celebridad Paris Hilton lanzó su documental This is Paris en la plataforma de YouTube. Con cerca de 10 millones de reproducciones, la modelo y empresaria reveló haber sido víctima de abusos de distinto tipo durante su estancia en un internado.
Paris tenía 17 años cuando sus padres, producto del mal comportamiento que tenía la adolescente, decidieron inscribirla en la escuela Provo Canyon School, ubicada en Utah, y que tenía fama de “aleccionar” a jóvenes con problemas de comportamiento. Allí estuvo casi un año y nunca le contó a sus padres el martirio que vivió en sus instalaciones.
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En una entrevista concedida a la revista People, en el marco del estreno del documental, Hilton contó que el personal del colegio “constantemente me hacían sentir mal conmigo mismo y me intimidaban. Creo que su objetivo era derribarnos. Y fueron físicamente abusivos, golpeándonos y estrangulándonos. Querían infundir temor en los niños para que tuviéramos demasiado miedo como para desobedecerlos”.
Cuando intentó alertar a sus padres, la castigaron y la amenazaron. Además, una vez que intentó huir, la enviaron a confinamiento solitario donde pasó frío, hambre. “Tenía ataques de pánico y lloraba todos los días. Era tan miserable. Me sentí prisionera y odié la vida”, contó.
A dos décadas de ese entonces, la socialité decidió contar la verdad de su experiencia y, como se puede ver en el documental, se reunió con otras sobrevivientes a ese reformatorio que vivieron experiencias similares en el mismo periodo que ella.
Provo Canyon School
En la página web de la escuela, se lee que la institución ha sido “reconocida por múltiples organizaciones federales y estatales como un centro de tratamiento residencial psiquiátrico intensivo para jóvenes en Utah, debido a la profundidad de nuestro personal clínico profesional, personal médico y nuestro enfoque en las ‘mejores prácticas’ clínicas basadas en evidencias”.
Pero los problemas de este internado comenzaron apenas unos años después que abrió, en 1971. A mediados de esa década, dos adolescentes enviados allí por el sistema de justicia juvenil de su estado de origen, huyeron. Uno era de Alaska y el otro de Nevada, y ambos buscaron protección federal.
Luego, entablaron una demanda contra los propietarios originales, Jack Williams y Robert Crist, cuestionando sus métodos de educación, tratamiento y confinamiento de la escuela, consignó un extenso reportaje del medio local The Salk Lake Tribune.
Tras un extenso juicio en 1980, el jurado falló a favor de la escuela Provo Canyon, no obstante, un juez federal emitió una orden judicial permanente que prohibía a la escuela usar pruebas de polígrafo en los niños; abrir y leer su correspondencia; enviarlos a aislamiento por cualquier motivo que no sea contener a un niño violento; y usar la fuerza física para sujetar a un niño a menos que fuera un peligro inmediato para sí mismo o para los demás.
Seis años más tarde, en 1986, la escuela fue comprada por la operadora de hospitales psiquiátricos Charter Behavioral Health Systems, cuya administración se extendió hasta el 2000.
“El programa fue un completo fracaso para mí
En 1989, Jeremy Whiteley tenía 15 años y fue enviado al internado por orden de sus padres, luego de estar atravesando un “periodo rebelde”. Tanto ellos como su terapeuta, le dijeron que en ese centro podría caminar, esquiar y estar al aire libre, pero nada de eso se cumplió.
“Fui de buena gana. Mi papá me llevó. Y, básicamente después de despedirme, fue cuando comenzó la pesadilla. No fue en absoluto lo que me describieron”, comentó.
El adolescente de ese entonces, contó que lo llevaron a una habitación, lo registraron desnudo y pudo ver cómo otros niños y jóvenes eran retenidos por el personal o inyectados con algún sedante.
Cuando una vez intentó huir tras una visita aprobada que realizó a una reunión familiar en New Hampshire, lo capturaron y como castigo lo hicieron permanecer frente a una pared durante horas y durante varias semanas.
Estuvo dos años, y en ese periodo tomó tantos medicamentos que a menudo se sentía como un zombie. Al fin de dos años, sus padres lo retiraron.
“El programa fue un completo fracaso para mí. Fueron básicamente casi dos años de prisión”, comentó Whiteley que ahora tiene 46 años.
Año de Paris Hilton y posterior venta
En 1999 llegó Paris Hilton con 17 años a la escuela. Y desde entonces, supo que no sería como los otros lugares donde estuvo y de los que lograba escapar. “Eso fue lo peor de lo peor. No había forma de salir de allí. Estás sentado en una silla y mirando a la pared todo el día, te gritan o te golpean”, dijo.
En el documental, Hilton recordó que el personal disfrutaba castigar a los niños, verlos desnudos mientras se duchaban o darles medicamentos para mantenerlos sedados.
Al año siguiente, y tras una serie de problemas de fraude y otras acusaciones, Charter Behavioral Health Systems se declaró en bancarrota y vendió algunas de sus instalaciones, incluida Provo Canyon a Universal Health Services.
UHS es uno de los proveedores de hospitales y centros médicos más grandes del país.
Continuaron las acusaciones de abuso
Y aunque en estas dos últimas décadas el propietario ha sido UHS, eso no ha detenido las denuncias de abusos y maltratos.
De acuerdo al Salt Lake Tribune, seis mujeres que fueron allí entre 2003 y 2017 contaron historias similares de sobremedicación, restricción y castigo por infracciones menores, en los campus de Springville y Orem.
Kayla Smith es una de ellas. Sus padres, en coordinación con el distrito escolar de California, la enviaron a Utah cuando tenía solo 8 años.
Actualmente tiene 19 años y las marcas que dejó su paso por Provo Canyon son imborrables. La joven recordó que el personal la registró desnuda y le realizó tocaciones. La primera noche, debido a que extrañaba su hogar, el personal la puso en una habitación de aislamiento y la encerró.
También contó que frecuentemente le aplicaban inyecciones para dormir. “Es traumatizante. Da mucho miedo. Sobre todo, te asusta más. Ya estás enojado y el ambiente lo empeora”, dijo.
Kyra Lewis llegó a la misma escuela desde Alaska en 2003, y también vivió muchas restricciones físicas y aseguró que las inyecciones eran muy comunes.
“Todavía tengo un problema si me tocan de cierta manera. Me asusta si alguien me grita. Tenemos que encontrar una manera de cambiar la forma en que trabajamos con la salud mental. Los adolescentes no deben ser drogados e ignorados. Están diciendo la verdad y su perspectiva es real para ellos“, expresó.
El director ejecutivo de la escuela, Adam McClain, no quiso referirse a las acusaciones puntuales, pero sí señaló, en una declaración, que el tratamiento de salud mental ha evolucionado en los últimos 20 años de una “base basada en el comportamiento” a un “enfoque personalizado, informado sobre el trauma“.
Asimismo, expresó que la instalación no usa el confinamiento solitario como una forma de intervención y tampoco suministra drogas o medicamentos como medida disciplinaria.
Por último, comento que los jóvenes con los que ellos trabajan presentan, a menudo, necesidades complejas y suelen ser un peligro para ellos mismos y/o para los demás.
“Nos preocupa que la cobertura actual de los medios pueda aumentar el estigma en torno a buscar ayuda para problemas de salud conductual”, comentó.
“Esto sería un flaco favor si aleja a las personas de buscar la atención necesaria y aumenta el estigma en torno a la salud mental que los proveedores, organizaciones, defensores y miembros del público han trabajado tan duro y han logrado mucho progreso a lo largo de los años para romper”, cerró.